miércoles, 16 de junio de 2010

Vuvuzelas y papelitos

por Toto Imperatore
Como todo el mundo, desde el mismo inicio del Mundial quedé atónito por el ruido de fondo de la transmisión televisiva. Parecía que de pronto habíamos vuelto a la era pre-satelital, incluso a antes del cable coaxil cuando, aparte de interferencias de todo tipo, un omnipresente ruido cósmico acompañaba al relato de los partidos. Pensé que si el ruido residual del big bang fuera un sonido (no lo es, en realidad es una radiación) se escucharía más o menos así. En este caso, por la intensidad era como si el big bang hubiese sido ayer.

Después nos enteramos de que ese estrépito lo hacían los hinchas sudafricanos, y los visitantes que los imitaban, con las vuvuzelas, cornetas típicas del país anfitrión. Parece constante porque, con decenas de miles de cornetas distribuidas en el estadio en cada momento hay un gran número de personas soplando las suyas. Escuchamos a protagonistas y periodistas afirmar que en la cancha el ruido se vuelve insoportable. Se quejan los técnicos de que no pueden dar instrucciones a sus jugadores; los jugadores, de que no pueden hablar entre ellos. Aparecieron reclamos de mucha gente en Internet y de personajes con representación institucional o sin ella que exigían la prohibición del instrumento. Finalmente Blatter, en nombre de la FIFA, negó toda posibilidad de prohibición.

Me acordé de que, con anterioridad al Mundial 78, José María Muñoz, el más prominente relator radial de fútbol de aquel entonces, se puso en campaña para eliminar los papelitos de las canchas argentinas. Así aportó su propia iniciativa a la gran cruzada por disciplinar el país en la que estaba embarcada la dictadura militar cuyo advenimiento, el 24 de marzo de 1976, el mismo "Gordo" Muñoz había saludado con entusiasmo. A través de Radio Rivadavia, Muñoz intentó convencer a los hinchas argentinos de que arrojar papelitos era una costumbre inapropiada para el país organizador de una Copa del Mundo. Quizás su prédica fue un globo de ensayo, destinado a evaluar qué nivel de acatamiento tendría una prohibición lisa y llana por parte del gobierno de facto. Clemente, el personaje del humorista gráfico Caloi, abrazó la defensa de los papelitos desde su tira diaria en el periódico Clarín. Lo cierto es que, en las canchas, la gente respondió tirando más papelitos que nunca. Quizás los dictadores evaluaron, al fin de cuentas, que los papelitos eran un ingrediente importante del cóctel de plomo y circo con el que gobernaron en aquel 78. La organización del mundial debió desplegar cuadrillas de limpieza para despejar las líneas demarcatorias del campo de juego antes de comenzar los partidos. Pero la gigantesca nube de retazos de papel que saluda la salida de la selección, surcada por cintas de máquinas de calcular a manera de serpentinas, quedó en la historia de los mundiales como un rasgo de identidad del público futbolero argentino.
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