A menos que uno sea imparcial, conviene volver a ver los partidos ya con el resultado puesto, para tener una medida más reflexiva de lo que realmente pasó. México arrancó mejor que Argentina, pero Argentina también propuso. Eso sí, Mèxico tuvo las más claras al comienzo (Salcido desde lejos en el travesaño, remates de Hernández y Guardado junto a los postes). Argentina obligaba al fondo rival a esforzarse, pero no llegaba con igual nitidez. A falta de un volante de creación definido, Messi debía partir desde el círculo central o incluso desde más atrás, y los mexicanos lo venían a encimar aun en campo argentino. La rotación de los de arriba se trababa porque México se multiplicaba: apretaba a Di Maria y Maxi contra sus rayas con pressing frontal y lateral, en tanto trataba de aprisionar a Higuain, Messi y Tévez en sus carriles. Carlitos fue quien más los inquietó, porque en la lucha se mueve como pez en el agua, crea confusión pero en cuanto consigue desprenderse es vivo, rápido y agresivo. De vuelta de los ataques argentinos, México disponía de una zona en el medio campo para distribuir la pelota y generar su propia ofensiva.
A los 26 minutos el partido se había emparejado. Burdisso salió hasta la línea de mitad de cancha, esa zona neutral donde Rafa Márquez y Torrado manejaban los hilos de su equipo, para ganar de cabeza una pelota aérea mexicana. Inmediatamente Messi la profundizó para Tévez y obligó al Conejo Pérez a jugarse a los pies de éste; el propio Messi tomó el rebote y lo levantó hacia el arco, y Carlitos la peinó al gol. Después vimos que Tévez estaba netamente en offside, disimulado en parte porque casi en el acto los dos defensores que regresaban lo sobrepasaron. Pero al línea no debió habérsele escapado. Lo importante es saber que la jugada que rompió el planteo mexicano no fue la concreción de Tévez, en este caso en posición no válida, sino el anticipo de Burdisso, mezcla de rechazo y de bajada frontal de cabeza hacia los pies de Messi. Esa acción simplificó a dos pases un progreso ofensivo que a Argentina le estaba costando por otras vías, debido al trabajo de obstrucción del rival. Estas simplificaciones son esenciales en el fútbol, y hay que saber usarlas: no es para meter miedo, pero el próximo rival de Argentina, Alemania, lo hace con frecuencia y muy bien.
Con México alterado por el error arbitral, Argentina fue más hasta el final de la etapa. A los 33, Osorio controló mal una pelota que los aztecas movían en el fondo, e Higuain se la llevó en el borde del área para convertir con una definición bárbara: pisada para atraerla hacia sí entre el arquero y el defensor que lo perseguía, gambeta corta al arquero y toque al gol. A los 42 un centro aéreo de Otamendi desde la derecha cruzó velozmente el área e Higuain la desvió afuera de cabeza junto al palo opuesto.
México se serenó en el descanso y otra vez se plantó mejor al comienzo del segundo tiempo, pero Argentina no tardó en asestarle el tercer golpe. A los 7 minutos, un pase de Tévez a Di Maria rebotó en los defensores mexicanos y volvió al propio Carlos, quien desplazó el balón hacia su derecha para hacerse espacio y, sin aviso, sacó un cañonazo desde afuera del área al ángulo izquierdo del arquero. Por el remate, golazo. Sin embargo se trató de una maniobra ofensiva aislada de Argentina. En ese tramo del encuentro México dispuso de la pelota y atacó con distinta suerte. Su peligrosidad fue creciendo con el correr de los minutos y para Maradona era imprescindible probar algún cambio. Postergó la decisión hasta los 24 minutos, cuando sustituyó a Tévez por Verón.
El dilema de Diego era: poner defensores y volantes de contención para fortalecerse atrás y en el medio y aguantar el resultado, suficientemente holgado, o poner volantes de manejo para procurar tener la pelota. Para la primera opción, los defensores que tenía en el banco eran redundantes con los que estaban en cancha. Y volantes de contención puros no trajo, quienes pueden hacer ese trabajo tienen un componente ofensivo importante, tanto los que estaban en cancha como los posibles reemplazantes. Fiel a sus convicciones, Diego tomó la segunda opción: tener la pelota. Para eso contaba en primer lugar con Verón y en segundo lugar con Pastore. Los candidatos a salir eran Di Maria, Maxi e Higuain, pero los dos volantes laterales estaban ayudando en la defensa de sus respectivas franjas, que México usó intensamente con Salcido, Guardado (salió cuando ingresó Franco) y después Barrera por izquierda y con Dos Santos y Juárez por derecha. Pero al entrar Verón no debió salir Tévez: Argentina extrañó a su hombre más gravitante arriba y, a pesar del intento, no ganó en posesión de pelota. México se le siguió viniendo, forzó despejes angustiosos de los defensores argentinos, y marcó el descuento. Tampoco modificó mucho, a partir de los 34, el cambio de Jonás por Di Maria. Por último Pastore jugó apenas 6 minutos, con descuento incluido, en reemplazo de Maxi. Por entonces México denotaba el desgaste y ya no amenazaba. En tiempo de descuento, apareció Messi para terminar una sucesión de gambetas de su sello con un remate que el arquero Pérez sacó por sobre el travesaño. De los cuatro partidos que lleva en el Mundial, fue éste en el que Messi menos gravitó. Hay que reconocer que su rendimiento es inversamente proporcional a la longitud del recorrido que debe hacer hasta llegar a zona de definición.
Más allá del resultado, el desempeño argentino reinstaló algunas dudas. Por primera vez en el mundial, un rival consiguió desarmar la peligrosidad de los delanteros argentinos durante buena parte del encuentro. Es cierto que no los anuló totalmente. El peligro estuvo latente y tanto los goles como otras ocasiones que provocó Argentina son prueba de contundencia. También es cierto que a México le costó un esfuerzo extraordinario, y que por momentos apeló a las faltas reiteradas sobre Messi como recurso, para lo cual contó con la tolerancia del árbirtro. En el total del partido, Argentina superó a México en posesión de pelota, pero México remató más veces al arco. Reaparecieron los indicios de que algo no termina de funcionar en el medio argentino, y no está claro que Diego tenga las respuestas necesarias dentro del plantel.
Frente a Alemania, Argentina rendirá un examen durísimo. Estará puesta a prueba la reacción de sus defensores ante un equipo que pasa de defensa a ataque con increible velocidad. Las fallas que de tanto en tanto comete Demichelis, y que hasta ahora han tenido consecuencias sólo frente a Surcorea, pueden ser de alto riesgo ante la efectividad de Klose y Podolski, los delanteros históricos alemanes, y el criterio oportunista del juvenil Müller. Estará en juego la capacidad de Argentina para tener la pelota, y para recuperarla ante un rival al que, en una aparente mutación de la idiosincracia germana, también le gusta circularla en zona segura. Los huecos en el medio argentino pueden ser peligrosamente aprovechados por el talentoso turquito Özil y el potente Schweinsteiger. No pierdo el optimismo, porque sigo creyendo en el principal argumento de Argentina, su poder ofensivo, y porque tengo la ilusión de que Diego y sus colaboradores encuentren respuestas a las incertidumbres que aún se mantienen. Pero no puedo negar que algo precupado estoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario