Cuando me inicié en el universo de los blogs me prometí que no escribiría sobre política ni sobre fútbol. Son dos temas apasionantes, pero hay tantos que hablan de ellos sin encontrar ni unas líneas de coincidencia (y a veces sin siquiera articular enunciados sensatos) que me propuse no sumar mi ruido al alboroto.
Ciertos problemillas en mi columna vertebral me impidieron sentarme frente a la computadora por un tiempo demasiado largo, y mis blogs quedaron, como puede verse, estancados. Pero ahora llega el Mundial, y aunque mi propósito de no escribir sobre fútbol sigue en pie, me veo forzado a no cumplirlo. Sí, forzado, aunque parezca mentira. Contra mi voluntad, una brutal metamorfosis impide a mis neuronas procesar otra cosa que no sea fútbol. Una compulsión ingobernable me empuja al abismo. Y encima tengo amigos que me alientan a incursionar en el tema, porque ya en el 2006 impulsé algo parecido a un foro de debate sobre el Mundial, aunque no en la forma de un blog sino restringido a pequeñas cadenas de e-mails.
Igual que en el 2006, apelo a la analogía con el ranking del tenis y sostengo que, en el mundo del fútbol, Argentina es un top-8. En el principio de los tiempos fue top-2, al secundar a Uruguay en 1928 y 1930, pero luego perdió posiciones. Para volver a encaramarse entre los top-2 hicieron falta condiciones excepcionales, hoy por hoy irrepetibles: la localía en el Mundial 78 y Maradona en 1986 y 1990. A falta de esas condiciones, Argentina es candidata natural a llegar a cuartos de final. Si queda eliminada antes (como en Corea-Japón 2002), fracasa; si llega a cuartos satisfaría sus propias expectativas y estaría cumplida.
Por supuesto que cada Mundial renueva la ilusión de superar el propio estándar. La ilusión es irreductible y no acepta razones. En Sudáfrica quisiéramos ser campeones otra vez. Pero, ¿con qué fundamentos? ¿Qué condiciones excepcionales tiene esta Selección del 2010 para ir más allá de cuartos de final, o incluso para ganar el título? Repasemos... No será la experiencia de Maradona como técnico, porque como sabemos ésta es escasa. No será el perseverante trabajo de ensamble del equipo a través de partidos y partidos, porque tuvo muy pocos encuentros de preparación fuera de la eliminatoria propiamente dicha, y en toda su etapa Diego probó decenas de jugadores sin estabilizar una base.
Lo que tiene a favor esta Selección es el extraordinario momento futbolìstico de sus delanteros, que acaban de alcanzar su pico más alto de rendimiento en las principales ligas del mundo. Ningún otro plantel cuenta con cuatro delanteros de la talla de Messi, Higuaín, Tévez y Milito. Más las alternativas de Agüero y de Palermo, éste de descollante actualidad en el fútbol argentino, que no es pequeña cosa. Más las variantes que proporciona la combinación de esas piezas.
Después, está la mística que Maradona logre transmitir a sus jugadores, lo inspirador que sea para éstos tener por líder a la gloria viviente del fútbol mundial. Y punto. Del resto, no sabemos nada. No tiene sentido especular con respecto a cómo va a jugar el equipo. Cómo va a generar fútbol para alimentar a sus prodigiosos delanteros, aunque es obvio que en eso va a tener un papel clave Verón, con Pastore como alternativa, más el recorrido de Di Maria, más el desdoblamiento de Jonás y Maxi y hasta la salida prolija de Masche. Cómo va a hacer que Messi se parezca al del Barcelona sin tener a su lado a Xavi e Iniesta. Cómo va a recuperar la pelota el equipo, aunque se descuenta que para eso está Masche, con la colaboración de Maxi, Jonás, el propio Verón, y Bolatti como alternativa. Cómo va a neutralizar la ofensiva rival, aunque los nombres de los defensores están ahí y todos los conocemos. Se le puede encontrar puntos dudosos al plantel: la discutible titularidad de Heinze, la convocatoria de Garcé, dos hombres que, además de lo que se les cuestione desde el punto de vista futbolístico, suelen bordear la cornisa de la expulsión.
Ciertos problemillas en mi columna vertebral me impidieron sentarme frente a la computadora por un tiempo demasiado largo, y mis blogs quedaron, como puede verse, estancados. Pero ahora llega el Mundial, y aunque mi propósito de no escribir sobre fútbol sigue en pie, me veo forzado a no cumplirlo. Sí, forzado, aunque parezca mentira. Contra mi voluntad, una brutal metamorfosis impide a mis neuronas procesar otra cosa que no sea fútbol. Una compulsión ingobernable me empuja al abismo. Y encima tengo amigos que me alientan a incursionar en el tema, porque ya en el 2006 impulsé algo parecido a un foro de debate sobre el Mundial, aunque no en la forma de un blog sino restringido a pequeñas cadenas de e-mails.
Igual que en el 2006, apelo a la analogía con el ranking del tenis y sostengo que, en el mundo del fútbol, Argentina es un top-8. En el principio de los tiempos fue top-2, al secundar a Uruguay en 1928 y 1930, pero luego perdió posiciones. Para volver a encaramarse entre los top-2 hicieron falta condiciones excepcionales, hoy por hoy irrepetibles: la localía en el Mundial 78 y Maradona en 1986 y 1990. A falta de esas condiciones, Argentina es candidata natural a llegar a cuartos de final. Si queda eliminada antes (como en Corea-Japón 2002), fracasa; si llega a cuartos satisfaría sus propias expectativas y estaría cumplida.
Por supuesto que cada Mundial renueva la ilusión de superar el propio estándar. La ilusión es irreductible y no acepta razones. En Sudáfrica quisiéramos ser campeones otra vez. Pero, ¿con qué fundamentos? ¿Qué condiciones excepcionales tiene esta Selección del 2010 para ir más allá de cuartos de final, o incluso para ganar el título? Repasemos... No será la experiencia de Maradona como técnico, porque como sabemos ésta es escasa. No será el perseverante trabajo de ensamble del equipo a través de partidos y partidos, porque tuvo muy pocos encuentros de preparación fuera de la eliminatoria propiamente dicha, y en toda su etapa Diego probó decenas de jugadores sin estabilizar una base.
Lo que tiene a favor esta Selección es el extraordinario momento futbolìstico de sus delanteros, que acaban de alcanzar su pico más alto de rendimiento en las principales ligas del mundo. Ningún otro plantel cuenta con cuatro delanteros de la talla de Messi, Higuaín, Tévez y Milito. Más las alternativas de Agüero y de Palermo, éste de descollante actualidad en el fútbol argentino, que no es pequeña cosa. Más las variantes que proporciona la combinación de esas piezas.
Después, está la mística que Maradona logre transmitir a sus jugadores, lo inspirador que sea para éstos tener por líder a la gloria viviente del fútbol mundial. Y punto. Del resto, no sabemos nada. No tiene sentido especular con respecto a cómo va a jugar el equipo. Cómo va a generar fútbol para alimentar a sus prodigiosos delanteros, aunque es obvio que en eso va a tener un papel clave Verón, con Pastore como alternativa, más el recorrido de Di Maria, más el desdoblamiento de Jonás y Maxi y hasta la salida prolija de Masche. Cómo va a hacer que Messi se parezca al del Barcelona sin tener a su lado a Xavi e Iniesta. Cómo va a recuperar la pelota el equipo, aunque se descuenta que para eso está Masche, con la colaboración de Maxi, Jonás, el propio Verón, y Bolatti como alternativa. Cómo va a neutralizar la ofensiva rival, aunque los nombres de los defensores están ahí y todos los conocemos. Se le puede encontrar puntos dudosos al plantel: la discutible titularidad de Heinze, la convocatoria de Garcé, dos hombres que, además de lo que se les cuestione desde el punto de vista futbolístico, suelen bordear la cornisa de la expulsión.
Parece, en suma, que la principal apuesta de Diego es a la audacia. Eligió jugadores con vocación para verticalizar el juego, para agredir el corazón de la defensa rival. Desde que asumió Diego, se vio que no se conformaba con aquella circulación periférica en torno a la línea de mitad de cancha y por detrás de ella que Riquelme y Cambiasso personificaron en los tiempos de Pekerman y de Basile. Ojo, no quiero decir con esto que Román y el Cuchu no sean capaces de hacer otra cosa: ambos han demostrado de sobra lo contrario en sus respectivos clubes. Solamente digo que, en la Selección Argentina, el planteo "Román+10" de aquellos técnicos terminó por confinarlos a ese traslado circundante, lejos del área rival, a la postre más orientado a defender el balón por posesión que a generar opciones en ataque.
Con Maradona, en cambio, se vio desde el principio que sus hombres tocaban e iban a buscar hacia adelante, que tenían apetito por provocar desequilibrio arriba. Al fin y al cabo, es lo que el técnico siente. Claro, esto en muchos casos quedó en propuesta, en intención, y no se concretó en juego. No hace falta recordar lo mal que jugó Argentina en gran parte de la eliminatoria. Desatrosamente en algunos casos. Pero aun así el técnico parece seguir creyendo en la audacia. Son audaces los seis delanteros que mencioné antes. Es tozudamente audaz Di Maria. Es mucho más audaz este Verón del retorno a Estudiantes que sus viejas versiones en las selecciones mundiales de Pasarella y Bielsa. Son audaces Jonás y Maxi cuando incursionan en ataque. Los demás tienen que posicionarse y funcionar para respaldar la audacia.
Quizá es mucho pretender, en pleno Mundial y sin el respaldo de un trabajo de al menos un par de años, que la apuesta le salga bien a Diego. Puede pasar que, abrumados por lo mucho que se juega en un Mundial, el técnico y sus jugadores renuncien a la audacia: que Verón termine jugando de doble cinco, que Tévez quede atrapado sobre un lateral en la áspera batalla de mitad de cancha, que Messi se retrase para jugar de enganche. No hay nada peor que pensar el equipo de una manera y después hacerlo jugar de otra.
Sin embargo, hasta que no se demuestre lo contrario la apuesta a la audacia está ahí, insinuada, y los antecedentes cercanos de los jugadores alientan la ilusión. Insisto: la ilusión es irreductible. No acepta razones.
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